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Vivimos en un entorno laboral altamente competitivo y esto ha hecho que algo como la cultura empresarial, que antes se pasaba por alto, ahora haya asumido un rol determinante en la estrategia interna de cada empresa. ¿Por qué? Porque trabajar en la cultura empresarial significa cuidar de los empleados, la productividad, la capacidad de retención de talentos y la diferenciación de cada empresa.
Pero, ¿cómo se define este concepto, cómo se transforma y qué impacto real tiene?
Empecemos por entender de qué estamos hablando. La cultura empresarial se define como el conjunto de valores, creencias, comportamientos, normas no escritas y relaciones que caracterizan el funcionamiento interno de una organización.
Cuando hablamos de la forma en la que se toman decisiones, del estilo de liderazgo, de la comunicación interna y externa, de cómo se gestionan los errores, del trato con clientes o incluso de detalles como la flexibilidad horaria o el diseño de la oficina, estamos hablando de cultura empresarial.
Si, por un lado, es algo que se va conformando de forma natural, por el otro, también es importante tener conciencia de qué es para aprender a desarrollarla e impulsarla de forma correcta. De hecho, solo cuando la cultura empresarial se alinea bien con las estrategia de la empresa y se comunica bien a todos los miembros de la organización, puede convertirse en una herramienta poderosa que motive al equipo, refuerce la identidad corporativa y proyecte coherencia hacia el exterior.
Una cultura organizacional clara y coherente tiene efectos medibles. Según un estudio de Gallup, las empresas que invierten en mejorar la comunicación interna y el vínculo con los empleados pueden mejorar su rentabilidad hasta un 23% y su productividad de un 21%. Esto se logra con una buena cultura empresarial, que permite a cada empleado saber claramente qué se espera de él, sentir que su trabajo tiene sentido y que sus valores están en sintonía con los de la empresa. Esto se traduce en mayor compromiso y mejor rendimiento.
Además, actúa como filtro natural en los procesos de selección y retención del talento. Si una organización comunica con claridad qué valores la mueven, atraerá a personas realmente afines a su identidad y evitará disonancias que a medio plazo afecten al rendimiento y al clima laboral.
La cultura empresarial está formada por un conjunto de elementos tangibles e intangibles que definen cómo se vive, se trabaja y se toman decisiones dentro de una organización. Aunque depende un poco del enfoque que se elija priorizar, los principales elementos que forman la cultura empresarial son los siguientes.
Incluyen los principios, ideales y objetivos que la organización afirma defender y perseguir. Se expresan en la misión, la visión, los valores corporativos y otros documentos oficiales. Actúan como una brújula ética y estratégica: orientan el comportamiento esperado y construyen una identidad visible, tanto para el equipo interno como para el exterior.
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Es el sistema de creencias compartido que regula cómo funciona la empresa en su día a día. Es decir, qué se valora de verdad y qué se espera del comportamiento de las personas, incluso cuando no se dice abiertamente. A veces contradicen los valores oficiales, lo que significa que la cultura empresarial no ha sido asimilada de forma profunda y coherente. Un ejemplo sería si la empresa dice que valora el equilibrio entre vida personal y laboral, pero luego se comparte la idea de que quien se va antes de las 7 no está comprometido con su trabajo.
El modo en que los líderes comunican, toman decisiones y se relacionan con el equipo tiene un gran impacto en la cultura. Un liderazgo autoritario fomenta una cultura distinta que uno participativo o inspiracional.
La jerarquía, el grado de autonomía, la existencia (o no) de trabajo en red o por proyectos. Todo esto influye en cómo se interactúa dentro de la empresa.
La forma, el tono y la transparencia con la que se comunica internamente dice mucho de la cultura. ¿Hay espacios de escucha? ¿Se fomenta la participación? ¿La dirección comunica de forma clara y abierta?
Es la percepción general del ambiente de trabajo. Aunque es resultado de la cultura, también actúa como reflejo inmediato de si lo que se dice se corresponde con lo que se hace. También incluye lo que podemos identificar como rituales y símbolos: cómo se llevan a cabo las reuniones periódicas, si se hacen celebraciones, reconocimientos o prácticas informales que refuerzan ciertos valores, además de factores identitarios como el diseño de las oficinas, los códigos de vestimenta o el lenguaje interno.
Las rutinas cotidianas, la gestión del talento, la atención al cliente, la toma de decisiones… Todas esas prácticas concretas reflejan los valores reales de la empresa, más allá de su declaración de misión, y son la base de su cultura empresarial.
La política salarial y el sistema de compensaciones también forman parte esencial de la cultura empresarial. No se trata solo del sueldo base, sino de todo el paquete de beneficios: bonificaciones, incentivos por desempeño, programas de salud, formación, flexibilidad horaria, días libres, etc. Estas prácticas reflejan en la práctica qué comportamientos o resultados se premian y cuánto se valora el bienestar del equipo.
Construir o redefinir la cultura empresarial de una organización no es una tarea rápida ni sencilla. Requiere liderazgo, participación y, sobre todo, coherencia.
Se puede empezar con reuniones con la dirección para detectar los valores que se quieren impulsar y hacer talleres participativos con los empleados para entender sus percepciones. Lo importante es no imponer valores desde arriba, sino construir un entorno compartido en el que la cultura sea vivida en el día a día por todas las personas que forman parte de la organización.
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